Por Hernán Cheyre:
En una columna publicada la semana pasada en este diario («Del realismo a la innovación»), el ministro de Economía Luis Felipe Céspedes, se refirió a la importancia que reviste para nuestro futuro la diversificación y sofisticación de la estructura productiva de la economía, planteando como desafío que «las industrias emergentes a mediano y largo plazo crezcan sostenidamente en base a innovación y nuevos conocimientos». Completamente de acuerdo. Y agrega que esta transformación no significa que la estrategia seguida hasta la fecha haya fracasado, sino que se requiere dar pasos adicionales.
También de acuerdo. Pero luego tropieza al sostener que el crecimiento económico del gobierno anterior se debió principalmente a factores extemos, y que culpar a las reformas de esta administración por la desaceleración de la economía es una afirmación poco rigurosa y poco responsable ante los desafíos que enfrentamos. A continuación se levanta y retoma el hilo haciendo referencia a los esfuerzos que se están realizando en el marco de la Agenda de Productividad, buscando potenciar la competitividad de sectores específicos a través de instancias de colaboración y coordinación público-privadas, y haciendo un llamado a recuperar las confianzas mediante la generación de diálogos constructivos.
Nadie podría desconocer la importancia de esto último, pero ello debe partir de una base sincera y realista. Restar méritos a los logros del gobierno del Presidente Piñera en materia de crecimiento económico no sólo es mezquino, sino que se falta a la verdad a la luz de lo que indican las cifras. Las condiciones internacionales que prevalecieron el año 2014 no difieren significativamente de lo que se observó en los años 2012 y 2013 (crecimiento de socios comerciales, términos de intercambio, tasas de interés), de manera que resulta obvio que buena parte de la desaceleración tiene su origen en factores internos. «Shocks autónomos», los ha llamado el Banco Central. Y que el proceso de reformas ha afectado las expectativas es algo difícil de contradecir, lo cual ha sido reconocido por respetables adherentes a la coalición gobernante.
Por tanto, lo responsable para generar un diálogo constructivo es tener como punto de partida un diagnóstico realista y a partir de ello evaluar los pasos a seguir. En esta línea, cabe reconocer favorablemente los esfuerzos que está realizando el Ministerio de Economía para llevar adelante una Agenda de Productividad como también la labor de Corfo impulsando el emprendimiento y la innovación a través de diversos programas. Lamentablemente, el efecto positivo que deriva de estas iniciativas se ve anulado por el impacto de las reformas en marcha. ¿Qué se gana con destinar recursos públicos para apoyar a los emprendedores de mayor potencial, si simultáneamente se los castiga con un régimen impositivo más gravoso? ¿Qué se gana con mejorar las instancias de conexión entre el mundo privado y las universidades, si al mismo tiempo se tramita una reforma que va a castigar severamente la capacidad de los centros de estudio de realizar investigación, insumo básico para la generación de conocimiento? Estos y otros temas no pueden estar ausentes en un diálogo constructivo para mejorar la capacidad de crecimiento de nuestra economía.