Carlos Smith
Investigador CIES UDD
La Estrella de Antofagasta
Miércoles 03 de diciembre, 2025
Señor director,
Chile atraviesa una crisis silenciosa, pero devastadora: la devaluación de la técnica en la política pública. Nos hemos acostumbrado a legislar desde la trinchera del eslogan, olvidando que la economía no perdona la improvisación. Como se ha advertido reiteradamente, Chile corre el riesgo de consolidar una “mediocridad” crónica si no recuperamos la ambición por el crecimiento y la seriedad en el diseño de nuestras reformas.
El problema no es la falta de ideas, sino la ausencia de rigor en su evaluación. Una política pública no se valida por la nobleza de su intención, sino por su Evaluación Social de Proyectos; es decir, por el cálculo frío y necesario de sus costos versus sus beneficios, tanto en el corto como en el largo plazo. Hoy vemos iniciativas que hipotecan el futuro fiscal por un aplauso inmediato en las encuestas. Ignorar el “costo de oportunidad” de los recursos públicos es, en términos técnicos, una negligencia; en términos éticos, es un daño a los más vulnerables.
Es imperativo elevar el estándar. Si el político no sabe— y no tiene por qué ser experto en todo—, su deber «moral es rodearse de quienes sí saben. Pero aquí radica la trampa: confundir “asesor” con “barra brava”. Necesitamos asesores con solvencia técnica, capaces de decir “no” cuando los números no cuadran, y no validadores de ocurrencias. Al final, los detalles técnicos no son accesorios; son la política misma. Un mal diseño técnico destruye el objetivo social más loable. Creer que se sabe es muy distinto a saber. La intuición política es útil para ganar elecciones, pero nefasta para administrar la escasez. Es hora de volver a respetar la evidencia, los datos y la opinión experta. Porque cuando la técnica sale por la puerta, el populismo entra por la ventana, y la factura siempre la terminan pagando las familias chilenas.
