Hernán Cheyre
Director CIES
Diario Financiero
14 de mayo 2021
El debate previsional de los últimos meses ha estado centrado en los efectos que los sucesivos retiros del 10% de los fondos acumulados van a tener en las actuales y futuras pensiones, habiendo una justificada preocupación por el hecho de que luego de este tercer retiro, aproximadamente cinco millones de afiliados quedarán con un saldo de cero en sus cuentas. Si las pensiones obtenidas a partir de un perfil de ahorro previsional como el que ha prevalecido son insuficientes en la mayoría de los casos, como consecuencia de los retiros la frustración a futuro va a ser aún mayor, estimándose una menor pensión promedio en torno a 28%.
Pero el daño asociado al proceso de destrucción paulatina del actual sistema contributivo basado en la capitalización de los aportes individuales tiene también otra cara, cuyos efectos no deben ser dejados de lado en la discusión. Así como por razones demográficas los sistemas basados en el reparto están condenados a un desfinanciamiento estructural -salvo que exista disposición política para ir ajustando a la baja los beneficios que entrega-, imponiendo así una gran presión sobre las finanzas públicas, ello termina afectando en forma negativa el ahorro nacional. Los sistemas basados en la capitalización, por diseño, generan un mayor ahorro.
Un trabajo pionero para evaluar los efectos macroeconómicos que tuvo la reforma previsional de 1981 es el realizado por Corbo y Schmidt-Hebbel (2003). La conclusión de los autores en cuanto a su impacto en el crecimiento económico es que, habiéndose alcanzado una expansión promedio anual del PIB de 4,6% en el lapso 1980-2001, 0,5 puntos porcentuales de esa cifra -es decir, casi un 10% del crecimiento total- puede atribuirse a la reforma previsional. Entre los factores que sustentan este resultado destacan los efectos positivos en el ahorro y la inversión, aumentos en el empleo y la productividad laboral, una mejoría en la productividad total de los factores en la economía y un mayor desarrollo del mercado de capitales.
Una forma simple de ilustrar de una manera más tangible los positivos efectos laterales que ha tenido el sistema de capitalización de los aportes previsionales, es observando el uso que se ha dado a los ahorros acumulados. Los recursos que se han canalizado a empresas e instituciones financieras han permitido viabilizar proyectos de inversión de gran envergadura y que requieren financiamiento de largo plazo, siendo un buen ejemplo de ello las concesiones de infraestructura (carreteras interurbanas y autopistas), que ciertamente han contribuido a una mejor calidad de vida de las personas reduciendo los tiempos de desplazamiento e introduciendo mayores estándares de seguridad.
Asimismo, los ahorros previsionales también han hecho posible que un mayor número de personas tenga acceso al crédito y en mejores condiciones. Cabe mencionar en este sentido que, según cifras de la CMF, el número de operaciones hipotecarias vigentes bordea los dos millones, la mayor parte de ellas financiada con recursos de los fondos de pensiones y de las compañías de seguros de vida. Es decir, la mayor parte de las personas que han accedido a un crédito hipotecario de largo plazo durante las últimas décadas han podido concretar el sueño de la casa propia gracias a los recursos previsionales.
Así, el impacto concreto del proceso de desmantelamiento del sistema de capitalización se va a reflejar no sólo en menos recursos para financiar pensiones, sino que también en factores que por otras vías inciden en la calidad de vida de las personas. Es la otra cara de la moneda, a la que pocas veces se le pone la atención que merece.
“El impacto del proceso de desmantelamiento del sistema de capitalización se va a reflejar no sólo en menos recursos para pensiones, sino también en factores que por otras vías inciden en la calidad de vida de las personas”.