Por Hernán Cheyre, Director del CIES UDD | La Tercera | Lunes 03 de enero, 2022.
Es inevitable que los cambios políticos que está experimentando el país, en un ambiente de incertidumbre, provoquen reacciones en los mercados. Una situación de este tipo se hace especialmente visible en indicadores como el precio del dólar -actualmente en su nivel histórico más alto en términos reales-, en el precio de las acciones, en el premio por riesgo que exigen los acreedores externos que prestan dinero al Estado o a empresas locales, por citar algunos.
Pero, ¿quién es “el mercado”? La pregunta es interesante de responder, porque no son pocos los que creen que lo que hay detrás de este concepto no es sino un grupo de poderosos actores económicos que, a su antojo, pueden provocar cambios en los precios de los activos financieros según les sea más conveniente, con capacidad para alterar el curso de la trayectoria de crecimiento de la economía, de desacelerar el ritmo de las contrataciones, de hacer subir el precio de la bencina, etc.
Bajo esta mirada, han surgido incluso teorías conspirativas que apuntan a “manos negras” que estarían interesadas en hacer fracasar determinadas reformas o a entorpecer la gestión del nuevo gobierno que asumirá en marzo. Pero el mundo real es bastante más complejo que esta ficción. Si fuera tan simple y dependiera de tan pocos, el precio del dólar sería fácilmente predecible, como también el valor bursátil de las compañías o la rentabilidad futura de los distintos instrumentos financieros. Y ello no es así. Son muchos los que han perdido fortunas tratando de “ganarle” al mercado.
¿Quién es, entonces, “el mercado”? Son miles de personas, chilenos y extranjeros, que interactúan y que libremente realizan intercambios de todo tipo de productos, materias primas, activos financieros, propiedades, insumos para la producción, bienes intangibles, etc., guiados por sus preferencias, percepciones, actitud frente al riesgo, disponibilidad de recursos, etc. Y salvo en el caso de los monopolios, no hay un agente único -como ocurre cuando hay un aparato estatal todopoderoso que concentra las decisiones en una sola mano- con potestad y capacidad de fijar precios según le parezca.
Los mercados no tienen ideología, pero se desenvuelven en base a la información disponible y a las percepciones que se forman respecto del futuro. Y cuando las señales de precios que se están observando son consecuencia de un contexto de incertidumbre, lo mejor que pueden hacer quienes ejercen -o van a ejercer- responsabilidades públicas es clarificar el panorama para despejar esa nebulosa. Y “el mercado” va a reaccionar incorporando esa información, en una u otra dirección, en función de la interpretación que haga de esa nueva realidad. Pero pensar que su reacción va a depender de la existencia o no de “buena voluntad” para tomar decisiones en la dirección sugerida por los gobernantes, es no conocer la realidad. Así no funciona el mundo.