Por Hernán Cheyre, CIES UDD | Diario El Mercurio | Miércoles 06 de abril, 2022
En línea con las expectativas del mercado, las nuevas proyecciones sobre actividad económica contenidas en el último IPoM anticipan una expansión modesta para el PIB este año, con alta probabilidad de una recesión técnica hacia fines de año. Consecuentemente, las perspectivas para el año 2023 son aún menos favorables, no descartándose la posibilidad de que el próximo período pueda cerrar con una contracción global del PIB. Este escenario está siendo la consecuencia inevitable del festival de liquidez que vivió el país el año pasado, alimentado por una política fiscal altamente expansiva e insostenible, por la liquidez adicional que entregó la política monetaria y por los retiros de los fondos previsionales.
La “resaca” natural que sigue a una noche de excesos está causando una severa “jaqueca” en nuestra economía, que se está manifestando primordialmente en una elevada tasa de inflación. Para abordar este problema la medicina que se está aplicando es la correcta —ajuste en el presupuesto fiscal y una política monetaria contractiva—, pero lamentablemente ello no evita el malestar propio de un proceso de ajuste de este tipo, el que se hace sentir a través de una contracción en los niveles de gasto, de nuevos puestos de trabajo y de remuneraciones.
Pero el problema de fondo no radica únicamente en el insostenible exceso de gasto sobre ingreso que se está corrigiendo con las medidas en curso, y que en un horizonte de dos años deberían permitir que la tasa de inflación se ubique en torno al rango meta definido por el Banco Central (2-4%). Lo que debe preocupar mayormente es el potencial de crecimiento de la economía, que se encuentra bastante alicaído, y en ese sentido el reciente IPoM no trae buenas noticias: se prevé una caída en la formación bruta de capital fijo este y el próximo año, con una muy leve recuperación hacia 2023.
El ministro Marcel, con razón, identificó este punto como la señal más preocupante derivada de las proyecciones ajustadas que entregó el instituto emisor. Y si bien es cierto el aumento en la tasa de interés influye negativamente en el costo de financiamiento para nuevos proyectos, resulta evidente a estas alturas que el principal factor con incidencia negativa está siendo la incertidumbre reinante. El ministro Marcel no desconoce este problema y ha señalado que una vez zanjado el tema constitucional hacia la segunda mitad de este año, la “incerteza” desaparecerá. Lo que faltó agregar es que si esta “incerteza” llegara a convertirse en una “certeza” negativa para el desarrollo de la actividad empresarial, el problema de fondo pasa a ser uno de mucho mayor calado, que no se resuelve ni con política monetaria ni con política fiscal, ni con programas de apoyo a emprendedores y trabajadores. Las señales concretas que surjan de los principales actores políticos —Gobierno y convencionales incluidos— serán fundamentales para no acercarse a este precipicio. Aún hay tiempo de enmendar el rumbo.