Por Mauricio Rojas, profesor investigador CIES UDD | El Mercurio | Martes 30 de agosto, 2022
Con esperanza y preocupación aguardo el resultado del plebiscito.
Empiezo con la esperanza, que encuentra su fundamento en dos hechos decisivos.
El primero es la certidumbre de que una contundente mayoría rechazará este domingo el texto propuesto por la Convención Constitucional.
Será un rechazo cuya amplitud será consecuencia del extremismo sectario que guio a los sectores que dominaron la Convención. En vez de redactar un texto capaz de lograr un gran apoyo ciudadano, escribieron uno profundamente partisano, que divide y enfrenta al país.
El segundo hecho es el surgimiento de los amarillos, es decir, de un amplio movimiento de centro y centroizquierda democrática que se distancia, de manera tajante, de la izquierda dura y sus compañeros de viaje.
Este es un hecho clave para la victoria del Rechazo, pero tiene una trascendencia mucho mayor. Si perdura y se fortalece, cosa que sinceramente espero, puede venir a resolver uno de los problemas centrales de la historia política chilena: la ausencia de una socialdemocracia genuina que, sin ambigüedades, apoye tanto la democracia como la economía social de mercado.
Paso ahora a la preocupación, que no es menor.
Se trata de un Chile que se encamina rápidamente hacia dos crisis que se potenciarán mutuamente y que un gobierno derrotado políticamente, que ha hecho del ideologismo y la improvisación sus sellos distintivos, difícilmente podrá sortear con éxito.
La primera será de naturaleza económica, aunque sus razones son profundamente políticas. La incertidumbre y la violencia han creado un ambiente en el cual la inversión caerá en picada, el crecimiento económico será nulo o, más probablemente, negativo, y las condiciones de vida de la mayoría se deteriorarán seriamente.
Este será el telón de fondo del hecho más grave que el país en parte ya está enfrentando, pero que escalará hasta niveles sin precedentes desde la reinstauración de la democracia: la crisis del Estado de Derecho ante la arremetida implacable de la violencia política.
La izquierda dura y sus periferias difícilmente aceptarán de manera pacífica la derrota que sufrirán este domingo. Volverán, bajo diversos pretextos, al espíritu insurreccional de octubre de 2019 y tratarán de movilizar a aquella abigarrada mezcla de grupos —desde el anarquismo y las barras bravas hasta las mafias narcotraficantes— que desencadenaron el aterrador motín urbano de fines de 2019.
A ello se sumarán, aprovechando la debilidad de un Estado acosado en el resto del país, los grupos armados que ya hoy campean en la macrozona sur, en lo que podría ser una tormenta perfecta de violencia, inestabilidad e incertidumbre.
Frente a este escenario nada halagüeño será clave que se unan todos aquellos que estén por rechazar con absoluta firmeza la polarización, el extremismo y la violencia, venga de donde venga. Si el Presidente llegase a optar por este camino, lo que de hecho implicaría romper con gran parte de sus bases políticas, el futuro de Chile sería mucho más esperanzador de lo que hoy podemos atisbar. Ojalá sea así, por el bien de nuestra patria.