Las cifras del reciente IPoM publicado por el Banco Central permiten extraer importantes conclusiones de cara a los desafíos que enfrenta la economía chilena. Además de lo que justificadamente se ha enfatizado como el mensaje central del instituto emisor, en cuanto a que el control de la inflación está lejos de haberse alcanzado -consecuencia de una evolución del gasto agregado que muestra una inercia que está dificultando el ajuste-, hay dos elementos subyacentes sobre los cuales conviene llamar la atención.
El primero está referido a la supuesta resiliencia que estaría mostrando la economía chilena ante el ajuste en marcha, como reflejo de una aparente fortaleza que permitiría que este proceso sea menos costoso. Pero ello no deja de ser un espejismo. Si el ajuste no ha sido más profundo ello se debe fundamentalmente a una cierta “rebeldía” del consumo, a pesar de las mayores tasas de interés, pero en ningún caso esto significa que el ajuste no se vaya a producir.
De hecho, si bien en la recalibración de las proyecciones de crecimiento del PIB las estimaciones para este año son algo menos negativas que las presentadas en el IPoM anterior -lo que se explica básicamente por un punto de partida más elevado-, las correspondientes a 2024 se han ajustado hacia abajo, mostrando una expansión promedio anual del PIB en estos dos años que no difiere significativamente en ambos informes, fluctuando entre 0,6 y 0,75%. Y de ahí en adelante la estimación se ubica en el rango de lo que actualmente se estima es el crecimiento tendencial de la economía, algo por encima del 2%. Definitivamente, nada muy auspicioso.
El segundo elemento es el preocupante desmejoramiento que se observa en el ahorro interno. Durante 2022 apenas llegó al 16,4% del PIB, y tanto para este como para el próximo año se estima una cifra por debajo del 19% del PIB. Esto, en un contexto en que el promedio observado en el período 1996-2019 fue de 23,3%. El año pasado el problema pudo sortearse haciéndose un uso de ahorro externo equivalente al 9% del PIB, lo cual es a todas luces insostenible, y es por ello que ya las proyecciones para este año incorporan una “normalización” de esta brecha.
La contrapartida de lo anterior es una menor tasa de inversión, lo cual ciertamente tendrá repercusiones sobre el crecimiento futuro de la economía. Urge, pues, resolver el problema del déficit de ahorro doméstico que se ha instalado, y para ello el Gobierno tiene mucho que aportar (ingresos extraordinarios derivados del mayor precio del litio), junto con las empresas, a través de la reinversión de utilidades. Pero para esto último se requieren señales que promuevan el ahorro de las empresas, justo lo opuesto a lo que proponía la reforma tributaria que fue rechazada.
A partir del estado de desarrollo en que se encuentra la economía chilena, cuando se habla de potenciar el crecimiento los conceptos predominantes suelen ser la productividad, la innovación y el desarrollo tecnológico, pero ello presupone que lo básico, que es la estabilidad macroeconómica junto a una base sólida de ahorro doméstico, ya ha sido conseguido. En la década de los 80 y a comienzos de los 90 los principales énfasis estuvieron puestos precisamente en lograr esto como condición previa para un despegue económico. Lamentablemente, estamos volviendo a lo mismo.
“La supuesta resiliencia que estaría mostrando la economía chilena no deja de ser un espejismo. Si el ajuste no ha sido más profundo es fundamentalmente por una cierta ‘rebeldía’ del consumo, a pesar de las mayores tasas de interés, pero en ningún caso significa que el ajuste no se vaya a producir”.