Diario Financiero
9 de febrero 2024
Hernán Cheyre
Presidente del Centro de Investigación de Empresa y Sociedad UDD
En el debate sobre los caminos que se deben seguir para fortalecer el crecimiento económico, el tema de mejorar la productividad está siempre en la primera línea. Célebre se ha hecho la frase del Premio Nobel Paul Krugmann señalando al respecto que en el largo plazo la productividad no lo es todo, pero es casi todo.
Dicho lo anterior, la pregunta que sigue es cómo lograr esta mejoría. El primer concepto que se suele plantear es el de la innovación, y a renglón seguido lo que surge en forma inmediata son propuestas para aumentar la inversión en I+D. Sin desmerecer el aporte de ambos, no se puede olvidar que productividad es mucho más que innovación, y ésta a su vez trasciende lo que es inversión en I+D.
En palabras simples, mejorar la productividad es lograr hacer más con los recursos que se tienen, y por tanto, además de la innovación y del I+D, incluye mejorar la calidad de la educación, mejorar el marco institucional y el funcionamiento del Estado de derecho, mejorar las regulaciones y el sistema de otorgamiento de permisos, aumentar la competencia y profundizar la inserción en los mercados internacionales, entre otros factores.
Varios de los temas recién mencionados forman parte de las conclusiones emitidas por la Comisión Marfán en el informe elaborado sobre el impacto del crecimiento económico en la recaudación tributaria, y es ahí donde deberían concentrarse los esfuerzos. Cabe recordar que en la propuesta tributaria del Gobierno -rechazada en su trámite inicial- se contemplaba aplicar una “tasa de desarrollo” del 2% sobre las utilidades, concebida como un “beneficio impositivo para gastos con impacto en la productividad en la empresa y en la economía”.
En el informe financiero del proyecto se estimaba que el PIB per cápita de largo plazo caería en 2,7% como consecuencia de los cambios propuestos en la tributación al capital, y se estimaba también que este efecto negativo iba a ser revertido mayoritariamente como consecuencia del impacto positivo en el PIB per cápita de 3,2% que iba a surgir como consecuencia del impulso a la I+D. Nunca quedó bien fundamentada esta proyección gubernamental, que era el corazón del proyecto en cuanto al impacto positivo que se esperaba de la reforma, y de hecho la Comisión Marfán no encontró evidencia local confiable que permitiera estimar el impacto que esto podría tener sobre el crecimiento. Y si bien a nivel internacional se dispone de mayores antecedentes, los resultados no siempre son del todo concluyentes.
Es importante no perder de vista que productividad es mucho más que I+D. Y en el caso de países como el nuestro, si bien hay sectores en que la posición de liderazgo alcanzada a nivel mundial obliga a estar permanentemente en la frontera tecnológica -e incluso a desplazarla- para poder competir adecuadamente -para lo cual nuevos desarrollos son fundamentales-, hay muchos otros en que en una primera etapa bastaría con hacer “catch up”, adaptando tecnologías que ya fueron desarrolladas por otros, sin necesidad de crear nada nuevo.
Sería importante que los instrumentos de política contemplen ambas opciones, y que no todo se centre en aumentar el I+D, porque el problema no radica solamente ahí.
“Productividad es mucho más que I+D. Hay muchos sectores donde que en una primera etapa bastaría con hacer ‘catch up’, adaptando tecnologías que ya fueron desarrolladas por otros, sin necesidad de crear nada nuevo. Los instrumentos de política deberían contemplar ambas opciones”.