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Emprender «con sentido»: un nuevo fenómeno social

Por Hernán Cheyre:

La mítica frase «seamos realistas, pidamos lo imposible», enarbolada por los estudiantes que protestaban en las calles de París el año 1968, daba cuenta de algo que históricamente ha sido muy propio de la juventud como lo es el rebelarse en contra del «orden establecido» buscando espacios para «cambiar el mundo». Chile no ha estado ajeno a esta ola, y con el advenimiento del nuevo milenio, los movimientos estudiantiles han empezado a manifestarse con especial fuerza. Y lo que en un inicio fueron protestas circunscritas al tema educacional se han ido ampliando hacia los más diversos ámbitos. Más allá de los temas puntuales que los manifestantes reclaman en sus movilizaciones, el problema de fondo va mucho más lejos y dice relación con la falta de sintonía que se ha producido entre los problemas sociales que ellos visualizan como prioritarios y la forma en que la sociedad se organiza para resolverlos.

La falta de participación que se reclama ciertamente forma parte del desafío central pero la solución que se suele proponer para cada caso -consistente en una mayor intervención estatal en el área respectiva- no sólo no está resolviendo el problema de fondo sino que, además, deja a la sociedad civil al margen del proceso, generándose así nuevas frustraciones.

Este tipo de descontento no se manifiesta únicamente en países como Chile, sino que es un fenómeno mucho más global, que se enmarca dentro de lo que se ha definido como la generación de los «millennials» personas que entraron a la adolescencia y a la edad adulta en este nuevo milenio, caracterizado por la existencia de un mayor nivel de bienestar general derivado de la mayor riqueza global existente. A esto se agrega el efecto de la revolución de las tecnologías de la información y el masivo uso de las redes sociales, que han cambiado la forma de participar e interactuar en la sociedad moderna, y en el cual temas como los problemas sociales y el cuidado del medioambiente ocupan un lugar mucho más importante dentro de la lista de prioridades de las nuevas generaciones.

En este ámbito, en todo el mundo está surgiendo la figura del «emprendedor social» que en términos simples puede definirse como una persona que busca resolver problemas que afectan a la sociedad haciendo uso de los criterios y herramientas propios del manejo de los negocios, para impulsar iniciativas que sean financieramente sustentabas en el tiempo. Estas iniciativas pueden ser llevadas a cabo por entidades sin fines de lucro organizadas bajo la lógica de la eficiencia empresarial, o por empresas orientadas a la obtención de utilidades que incluyan en su misión el logro de un determinado objetivo social.

En definitiva, el emprendimiento social está orientado a incursionar en la solución de problemas en los que, por sus características, ni el Estado ni el sector privado tradicional han logrado abordar en buena forma.

Lo que ha surgido es la figura del emprendedor social como un potente agente de cambio, que surge espontáneamente de la propia sociedad civil. Tan fuerte ha sido la explosión global de este fenómeno, que incluso las principales escuelas de negocios en el mundo, tanto de raíz conservadora como liberal han creado divisiones orientadas a encauzar el emprendimiento y la innovación social entre sus alumnos.

Chile no ha estado ajeno a este fenómeno, habiendo un creciente número de emprendedores que está siguiendo el camino de emprender «con sentido», dándole así un propósito especial a sus vidas, logrando compatibilizar la necesidad de generar ingresos con la aspiración de poder ayudar a otros a mejorar las condiciones en que viven, estudian, trabajan y se desarrollan.

Hay sectores que miran esto con escepticismo, por cuanto este enfoque rompe los moldes tradicionales.

Obviamente, el emprendimiento social no es una panacea que va a resolver todos los problemas del país, y también presenta debilidades, pero tiene una virtud que es muy importante: permite presentar de mejor forma ante las generaciones más jóvenes el impacto de un modelo de desarrollo económico y social que tiene la libertad de emprendimiento como eje central. Al entregarse herramientas para que sea la propia sociedad civil la que lidere iniciativas orientadas a mejorar la calidad de vida de las personas cae por su propio peso la superioridad y mayor eficacia de este enfoque para abordar problemas que el Estado no ha podido abordar en forma adecuada, como tampoco lo ha hecho el sector privado operando bajo la modalidad tradicional.

A través del fortalecimiento del emprendimiento social se logra, además de permitir dar una solución a importantes problemas que aquejan al país, que aquellos grupos más jóvenes de la población, tradicionalmente muy motivados y comprometidos con los problemas sociales, visualicen con su propia experiencia que el camino del emprendimiento no es contradictorio con la armonización del desarrollo económico y con el desarrollo social del país. Más allá de la abundante evidencia que se pueda presentar para demostrar la superioridad de los sistemas económicos basados en la libertad de emprendimiento, a fin de cuentas las estadísticas son números fríos que no logran convencer a quienes actúan motivados esencialmente por la pasión. Por el contrario las vivencias personales, por el hecho de llegar directamente al corazón de las personas, tienen un impacto mucho más potente. Emprender «con sentido» cae dentro de esta última categoría. Apoyar iniciativas en este ámbito debe ser tarea de todos quienes vemos la libertad de emprender como el motor fundamental del progreso de los países.