Por Matías Lira (@mlira1)
Diario Pulso
Hace pocos días apareció la segunda edición de “Chile, ¿más equitativo?”, el libro escrito por el profesor Claudio Sapelli donde muestra cómo ha disminuido la desigualdad social y explica el impacto de la educación en este fenómeno. Mientras hojeaba este libro, recordé que el famoso economista Muhammad Yunus, llamado “el banquero de los pobres” y ganador del Premio Nobel de la Paz, hacía una comparación entre la pobreza y los árboles bonsái, esos pequeños árboles cultivados y modelados a escala de los árboles grandes.
Yunus decía que si tomas la mejor semilla del árbol más alto y robusto que crece en la selva y la plantas en un macetero, en lugar de crecer un árbol tan alto y robusto, crecerá uno de apenas medio metro, es decir, un bonsái. ¿Por qué?
Según Yunus, el problema está en que la semilla no fue plantada en tierra abierta sino en un macetero, donde no tuvo el espacio suficiente para crecer libremente y echar raíces profundas. Por eso no pudo desarrollarse plenamente. De acuerdo al Nobel de la Paz, los pobres son como los árboles bonsái, porque aunque pueden ser más inteligentes, más creativos, innovadores y emprendedores que cualquiera de nosotros, crecieron en un macetero que nos les dio las oportunidades para progresar y avanzar sin restricciones.
Cuando le preguntaron a Yunus cuáles son los maceteros que hoy limitan a los más pobres, respondió que son varios, pero que el más importante es el macetero de la educación de mala calidad. Y es cierto, porque aunque nuestra Constitución declara que las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos, la verdad es que a medida que nuestros niños van creciendo, la igualdad entre ellos disminuye y las diferencias se van ampliando. Mientras la libertad de escoger entre diferentes opciones se reduce para unos, para otros se multiplica en variadas oportunidades de desarrollo.
Diversos estudios señalan que a los diez meses de edad, un niño chileno nacido en el grupo socioeconómico más alto presenta diferencias cognitivas y emocionales con uno nacido en el más bajo. Por eso, el profesor Sapelli señala: “Desde el punto de vista de la movilidad social, para desvincular el destino del niño del de sus padres, se requiere alta inversión en los primeros años. A su vez, para evitar que las consecuencias de la pobreza en edades tempranas determinen el futuro de esos niños, se requiere compensar ese inadecuado ambiente inicial a través de una inversión temprana en ellos”.
Lamentablemente, sabemos que en materia educacional se han equivocado las prioridades, privilegiando a quienes, a diferencia de los niños, pueden marchar y protestar por sus derechos. Ojalá más allá del signo político del próximo Gobierno, primen las evidencias científicas por sobre las ideologías y se fortalezcan la cobertura y la calidad de la educación preescolar para atacar la desigualdad justo donde comienza: en la infancia.