Hernán Cheyre Instituto de Emprendimiento U. del Desarrollo
YA NADIE pone en duda que los resultados económicos obtenidos por la actual administración han sido absolutamente insatisfactorios. El crecimiento promedio del PIB bordeará el 1,8% en el período 2014-2017, el más pobre desempeño exhibido por un gobierno desde el retorno a la democracia.
Ante esta realidad, de parte de las autoridades se advierte un tímido reconocimiento en cuanto a que tal vez se intentó avanzar demasiado rápido en las reformas, a que ciertas políticas pueden adolecer de deficiencias en su diseño e implementación, pero el análisis inexorablemente suele terminar enarbolando la hipótesis de que el problema de fondo de la economía chilena es de carácter estructural, y que tendría como causa última el insuficiente desarrollo que ha habido en la matriz productiva y exportadora de El pobre desempeño que se observa en materia de productividad -con la excepción de algunas mejoras en períodos específicos- es un hecho objetivó que tampoco nadie puede desconocer, pero se debe ser cuidadoso con la explicación que se da a este fenómeno. El diagnóstico de los economistas de gobierno y de grupos afines los lleva a postular que para resolver este problema se requiere de una mayor intervención del Estado en la articulación de esfuerzos y en la identificación de sectores con potencial de crecimiento, apoyándolos para subsanar aquellas brechas que dificultan su desarrollo.
En esta línea, variados programas han sido implementados desde el Ministerio de Economía y la Corfo. Otros pensamos que, sin perjuicio de la necesidad de que el Estado contribuya para resolver problemas de coordinación, asimetrías de información y proveyendo ciertos bienes públicos que son necesarios para el desarrollo de estos sectores, el problema de fondo subyacente radica en que las condiciones de entorno para desarrollar nuevas actividades, para invertir en nuevos proyectos y para desarrollar productos y procesos más innovadores, se han deteriorado en forma importante.
Si esto no se resuelve adecuadamente, no es mucho lo que se va a ganar destinando recursos y esfuerzo público en esta dirección. Clave para esto es contar con una estructura de mercados competitivos y con bajas barreras a la entrada, donde sea simple iniciar nuevas actividades, pero también se necesita una carga tributaria que no castigue el esfuerzo emprendedor, una legislación laboral flexible y compatible con los desafíos que impone un mundo crecientemente globalizado basado en la economía del conocimiento, y regulaciones específicas que no ahoguen la iniciativa emprendedora. Un mejor entorno, complementado por un apoyo estatal que resuelva elementos de fricción, en forma natural conducirá a una matriz productiva más diversificada.
Pero, por sobre todo lo anterior, es fundamental que se reconozca la obtención de ganancias como legítima retribución al capital arriesgado y al esfuerzo emprendedor. Mientras persistan incertidumbres en esta materia, los esfuerzos anteriores no tendrán mayor efecto, y por tanto la ruta al desarrollo seguirá entrampada.
A fin de cuentas, la encrucijada que Chile tiene que resolver es si va a confiar en la capacidad creadora de las personas que surge cuando se abren los espacios para el emprendimiento como palanca fundamental del desarrollo, o si va a continuar evolucionando en una dirección en que las decisiones fundamentales las toma el Estado, y donde las personas son solo actores secundarios