Por Mauricio Rojas (@MauricioRojasmr).
POR LARGO tiempo, la imagen internacional de Suecia ha sido idílica: un país de gente hermosa que por dos siglos no ha conocido la guerra, sin pobreza, con empresas globales de punta, altos niveles de igualdad ya sea de ingresos o de género, un gran Estado que no deja a nadie en la indefensión y un sólida democracia, basada en fuertes consensos y donde la participación electoral, con inscripción automática y voto voluntario, superó el 85% en la elección más reciente. A tal punto llega la imagen idílica de país que el diario británico The Guardian llegó a afirmar que Suecia era “la sociedad más exitosa jamás conocida en el mundo”.
Frente a esta imagen paradisíaca, no han faltado los relatos que presentan la utopía sueca como una verdadera distopía, un lugar invivi-ble cercano a la antiutopía descrita por Aldous Huxley en “Un mundo feliz” o por George Orwell en “1984”. En 1971, cuando la Suecia de Olof Palme alcanzaba el clímax de las realizaciones socialdemócratas, Roland Huntfors publicó “The new totalita-rians” (“Los nuevos totalitarios”), donde Suecia era descrita como una sociedad opresiva, dominada por un Estado benevolentemente asfixiante, así como por el conformismo y la uniformidad de su pueblo.
A este género pertenece el impactante documental “La teoría sueca del amor”, disponible en YouTube. Suecia es presentada como la utopía realizada de la autonomía personal, cuya condición ha sido el cercenamiento de toda relación que genere dependencia de otro ser humano. Sólo entonces el amor -el verdadero y no el impuesto, motivado o condicionado por alguna circunstancia-puede ser posible. Liberarse de toda amarra humana para poder gozar de una libertad plena, esa ha sido la panacea predicada desde un Estado que se ha ofrecido como sustituto ideal de todos aquellos vínculos que previamente han coartado nuestra libertad al exigir que nos responsabilicemos por el bienestar de otros.
El resultado ha sido un Estado omnipresente y una soledad abrumadora, una sociedad de átomos libres… para morir sin que nadie se entere, como recalca insistentemente el documental. En suma, un país profundamente infeliz, lo que evidentemente contrasta con todos aquellos índices que se obstinan en ubicar a Suecia entre las sociedades más satisfechas y felices del planeta.
Se trata, sin duda, de una caricatura, no sólo de la Suecia real sino también del libro de Henrik Berggren y Lars Trágárdh (publica-
do en sueco en 2006) que inspira el documental. Su título es altamente provocativo: “¿Es el sueco humano?” (“Ár svensken mánniska?”) y es uno de los estudios más serios e influyentes sobre el “alma sueca”, tanto en su evolución histórica como en su conformación moderna. Es la rúbrica de uno de los capítulos de esta obra la que le da nombre al mencionado documental: “La teoría sueca del amor”.
A TESIS central del libro gira en torno al concepto de “individualismo de Estado” (“statsin-dividualism”), es decir, un individualismo o autonomía personal lograda de la mano del “Estado emancipador”, que nos “irresponsabiliza” frente a toda carga humana de carácter ineludible al asumir aquellas funciones que normalmente se han realizado en el seno de la familia y la sociedad civil. Lo interesante es que los autores subrayan la voluntariedad de esta entrega de responsabilidades (y de más de la mitad de los ingresos) a un Estado que, efectivamente, ha sido visto como un liberador por una amplia mayoría. El punto es importante, ya que explica la paradojal satisfacción de la población sueca con su situación vital. Se trata de una soledad existencial elegida, el precio de una libertad que se aprecia y disfruta enormemente… hasta que nos llega la hora de pagar su inevitable factura. Esta combinación de Estado “emancipador” e individualismo “asocial” es lo que Friedrich Hayek denominó, en un célebre ensayo de 1945, “falso individualismo”, opuesto al “verdadero”, aquel basado en el fortalecimiento voluntario de aquellos lazos de solidaridad civil que nos atan a otros seres humanos, coartando de hecho nuestra libertad pero protegiéndonos de la dependencia del poder político o Estado. Hayek vio en esta atractiva invitación a “desresponsabilizarnos” por nuestro entorno humano una terrible amenaza -sutil, insidiosa y sumamente tentadora- contra nuestra verdadera libertad. Y tenía razón, esta entrega voluntaria al Estado de tinte social-demócrata ha mostrado ser, sin duda, mucho más difícil de combatir que la brutal opresión de corte totalitario.
¿Y Piñera? Bueno, todo su proyecto político gira en torno a la necesidad de fortalecer el papel central de la familia y la sociedad civil, es decir, aquellas formas primarias de asociación y colaboración que están fuera de la esfera política y sin las cuales el individuo, por más libre y fuerte que se sienta en un momento dado de su vida, es necesariamente frágil y terminará arrimándose al alero protector del Estado. Entonces, será todo lo libre que este o, mejor dicho, quienes lo controlan, se lo permitan. Esta es la disyuntiva de fondo que pronto deberemos resolver y que va mucho más allá de las propuestas, sin duda importantes, acerca de los distintos ámbitos concretos de la política. Se trata, en realidad, de lo que da sentido a cada propuesta en particular, poniéndola al servicio de un proyecto dado de sociedad: la que se construye desde abajo, desde las familias y la sociedad civil, o aquella que se construye desde arriba, desde el Estado y las elites políticas.
El autores séniorfellow de la Fundación para el Progreso y director de la Cátedra Adam Smith de la Universidad del Desarrollo.