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Columna Hernán Cheyre: Cómo golpear las expectativas

Diario Financiero / viernes 11 de octubre

Los indicadores de corto plazo sobre la evolución de la actividad económica no marcan tendencia, pero suelen afectar el estado de ánimo de los consumidores, emprendedores, trabajadores e inversionistas. La publicación la semana pasada del Imacec de agosto lo confirma: una inesperada expansión de 3,7%, con el componente no minero trepando al 3,5% y con un crecimiento desestacionalizado de 0,9% respecto al mes previo, han provocado una positiva reacción en el medio económico.

Los problemas y los desafíos de fondo siguen siendo los mismos -productividad estancada y necesidad de aumentar el potencial de crecimiento-, y no cambian por una cifra puntual observada en un mes específico, pero, qué duda cabe, las cifras de agosto contribuyen a mejorar las expectativas de corto plazo. De hecho, ya se perciben señales de ajuste en las proyecciones de crecimiento para el año, las que si bien siguen estando lejos de las estimaciones iniciales -en torno a 3,5%-, ponen freno a la espiral a la baja que se había venido manifestando en los últimos meses.

A pesar del contecto internacional desfavorable que se está enfrentando, era esperable que en la segunda parte del año la situación mejorara. El propio gobierno tenía afinado su discruso en este sentido, apoyándose tanto en la base de comparación como en el efecto de medidas anunciadas previamente, y considerando también lo que muestran los indicadores de inversión. El Plan de Aceleración Económica, orientado a acelerar inversiones públicas, apunta precisamente a fortalecer esa línea, sumándose así a lo que va a derivar de la política monetaria más expansiva que está impulsando el Banco Central. Y con una mirada más de mediano y largo plazo, la Agenda de Reimpulso Económica aborda un amplio espectro de materias, enfocándose en tres ejes que son fundamentales para fortalecer la capacidad de crecimiento de la economía: simplificación de trámites para iniciar nuevos negocios; eliminación de barreras que permita nuevos actores competir en los mercados; y un impulso a la innovación como fuente de mayor productividad.

Como bien lo han indicado las autoridades económicas, ninguna de las medidas anunciadas constituye una «bala de plata» que por sí sola va a inclinar la balanza, pero en su conjunto dan forma a una estrategia coherente para abordar los problemas de corto y mediano plazo. A esto se suman, por cierto, las «reformas emblemáticas» actualmente en trámite legislativo, que pauntan al mismo objetivo.

Sin perjuicio de estarse avanzando por el camino correcto, lo que está faltando es algún hito puntual que permita generar un punto de inflexión más fuerte en las expectativas. Algún signo concreto que constituya una señal potente para remover el ambiente, y que impulse las inversiones con mayor fuerza. No cabe duda de que la reforma tributaria tiene esa orientación, pero habiendo dificultades para avanzar, ¿por qué no buscar alguna combinación que, sin abandonar el “corazón de la reforma” (reintegración) genere espacios para una reducción en la tasa de impuesto corporativo y/o en mecanismos de depreciación acelerada (instantánea) más permanentes, cuyo impacto en las decisiones de inversión de las empresas sea más rápido y directo?

El riesgo de mantener la inercia es que los cambios de tendencia se van haciendo cada vez más difíciles, y un escenario con expectativas débiles definitivamente no ayuda.Y si bien ninguna medida por sí misma es capaz de resolver todos los problemas, un hito puntual que marque un impulso a las expectativas podría ser de gran ayuda.

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