Hernán Cheyre V.
Centro de Investigación Empresa y Sociedad (CIES)
U. del Desarrollo
de noviembre El Mercurio
18 de noviembre 2020
Mucho se ha escrito ya acerca de los negativos efectos sobre el nivel de las pensiones, sobre el ahorro y la capacidad de crecimiento económico que tendrá la aprobación de un segundo retiro desde los fondos de pensiones. No haber escuchado las opiniones técnicas solo revela que, con honrosas excepciones, los parlamentarios que aprobaron esta medida simplemente pasaron por alto estos efectos fundamentales, y muchos de ellos les siguieron el juego a los que solo tienen como objetivo desmantelar el sistema de capitalización individual. Y vaya que avanzan a paso firme: luego del segundo retiro habrá más de 4 millones de afiliados que tendrán en sus cuentas un saldo de cero, cifra que aumentará luego de eventuales retiros adicionales. No hay conciencia de parte de quienes retiran sus fondos de que ni siquiera van a tener el piso de la Pensión Básica Solidaria, ya que para acceder a ella uno de los requisitos es no haber cotizado nunca en el sistema, lo cual obviamente no se cumple para quienes han retirado fondos desde sus cuentas. Se va a requerir, por tanto, de un esfuerzo fiscal adicional en un contexto de gran estrechez, con lo cual el panorama futuro de quienes retiraron sus fondos empieza a tornarse muy incierto. Los partidarios de demoler el actual sistema previsional aplicando retroexcavadora a sus cimientos fundamentales proclaman a los cuatro vientos que esta es la oportunidad para empezar a diseñar un “verdadero sistema de seguridad social”, en circunstancias de que lo que está ocurriendo es que se están creando las bases para “un verdadero sistema de inseguridad previsional”.
A muchos les ha causado sorpresa la información proveniente de Argentina en el sentido de que las pensiones ya no se van a reajustar por la inflación pasada, sino que se aplicarán fórmulas diferentes, habida consideración de la falta de recursos fiscales para poder otorgar este elemental reajuste. Pero no es necesario mirar hacia el vecino país para anticipar posibles consecuencias al camino que se está siguiendo en Chile. Basta con mirar nuestra propia historia: en el sistema previsional anterior, que operaba bajo la lógica del reparto, no había reajustabilidad automática de las pensiones, salvo para algunos grupos privilegiados, y todo dependía de la disponibilidad de recursos fiscales. Asimismo, para la mayoría de los trabajadores de ingresos medios y bajos, que obligatoriamente debían adscribirse al Servicio de Seguro Social, si no lograban acreditar al menos 15 años de imposiciones, el monto de la pensión recibida era de cero; es decir, perdían todo lo que habían aportado y no lo podían retirar, porque nunca fue de ellos. El desajuste fiscal que provocaba el sistema, que por su propia dinámica incubaba una bomba de tiempo, solo logró ser desactivada con la reforma de 1980. El resto ya es historia conocida, y el riesgo de repetir el ciclo es alto.