Hernán Cheyre V.
Presidente CIES UDD
Diario Financiero
10 de mayo 2024
Uno de los fenómenos que más llama la atención en el panorama económico mundial es la resiliencia que ha mostrado la economía norteamericana para ajustar sus niveles de producción y gasto, luego de la contracción monetaria que ha venido impulsando la Reserva Federal.
Explicaciones para esto las hay de diverso tipo, entre ellas, que los balances de los hogares acumularon holguras durante el período expansivo que han tardado más de lo esperado en deshacerse; y también hay opiniones que ponen el énfasis en el efecto amortiguador que deriva de la existencia de mercados flexibles, lo que ha sido particularmente notorio en el mercado laboral, que continúa exhibiendo tasas de desempleo históricamente bajas.
Pero hay un elemento adicional sobre el que cabe llamar la atención, y que se refiere a un eventual cambio de tendencia que podría estar ocurriendo en la productividad laboral. De acuerdo con estimaciones contenidas en un informe reciente del Aspen Institute (“The recent rise in US labor productivity”, abril 2024), luego de un período de bajo crecimiento en la productividad laboral en Estados Unidos (1,5% como promedio anual en el período 2004-2022), el año pasado esta cifra subió a 2,7%, la que está en línea con el promedio observado en el lapso 1950-1970, período de gran auge en la economía norteamericana.
Una hipótesis para este cambio podría referirse al efecto que está teniendo en la productividad el mayor uso de la inteligencia artificial, pero lo que muestran las cifras es que no hay todavía un uso masivo de esta nueva tecnología, de manera que sus efectos positivos en la productividad laboral se van a notar en un horizonte más prolongado, tal como ocurrió con la masificación de internet a mediados de los 90.
Otra hipótesis se refiere al efecto que está teniendo en la productividad laboral el fuerte aumento observado en la tasa de creación de nuevas empresas, lo que se viene manifestando con renovados bríos desde el año 2020, al punto que durante el primer trimestre de este año el total de aplicaciones superaba en más de 50% los niveles que se observaban en 2019.
La creación de nuevas empresas, con capacidad de escalar sus niveles de operación, y por tanto de “desafiar” a los incumbentes, constituye un factor clave para mejorar la productividad de una economía. Este es el camino por el que debería transitar Chile, y con mayor velocidad. Lamentablemente, lo que se está observando es un retroceso: las cifras publicadas esta semana por el Banco Central muestran que la creación de nuevas empresas volvió a caer en febrero, con lo cual ya se acumulan tres meses consecutivos a la baja.
Urge cambiar esta tendencia. Tal como lo muestra la evidencia empírica, son los nuevos emprendimientos los principales creadores de empleo cuando logran expandir sus volúmenes de operación, y a la vez los que generan mayor competencia en los mercados, introduciendo por esta vía innovaciones que se traducen en mayor productividad. Pero para lograr que este proceso de “destrucción creativa” sea exitoso, además de una mayor competencia, resulta fundamental introducir mayor flexibilidad en los mercados -especialmente en el laboral-, de manera de facilitar el proceso de reasignación de recursos requerido para que nuevos emprendimientos puedan ver la luz.