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Columna Eduardo Aninat: «Chile al descampado»

Eduardo Aninat
Profesor UDD
El Mercurio
03 noviembre

Hoy todo el globo se preocupa por Chile, el estado de su política y su economía. Una mayoría se sorprende por el revisionismo imperante. Otras opiniones internacionales prefieren pensar que el pequeño país al sur del mundo camina hacia un nuevo espacio de transición político-social. Chile se observa por ser un país en una nueva transición.

La pendiente nada suave de este-oeste de elevadas cordilleras al mar.

El sendero flaco desde el desierto más seco del mundo (Atacama) hasta fiordos angostos y bravos de Magallanes, culminando en el continente antártico, del blanco eterno. Todo transita.

Un país que pasa de colonia pobre de España, que transita a país rebelde prontamente independiente; donde los criollos gobernaban y los pueblos de Arauco se refugiaban en valles boscosos al sur del Biobío.

Un país guerrero que sale airoso de una guerra contra una Confederación de dos naciones de mayor población, consolidando —como resultado— su soberanía territorial.

País que vive agitado la transición de perder su ventaja del salitre, de acabar el liderazgo en el velamen macizo que llevaba su propio trigo y sus maderas por el Pacífico, para retornar con variados productos de Norteamérica.

Nación donde desde 1900 surgen movimientos sociales que con huelgas, reyertas y conquistas duras consigue introducir derechos sociales y políticos sucesivos. Donde la incorporación de estratos proletarios a previsión, salud y educación pública masiva se va dando de a tandas discretas, las que incluyen crisis políticas y autoritarismos varios. Donde surge el fenómeno de la inflación, aparece visible la marginalidad urbana, el centralismo y una decadencia del mundo agrario.

Luego, y en plena oleada del socialismo centralista en Latinoamérica y el Caribe, más un populismo fuerte en los países vecinos, se transita acá a la Revolución en Libertad en los sesenta, a la Unidad Popular en los setenta, era que se quiebra para dar paso a la dictadura de 1973. Luego, se retorna a la democracia representativa en 1990.

Transición a una realizadora Concertación por la Democracia, luego a la Nueva Mayoría de pretensión refundacional. Para en seguida transitar —en reversa— a dos períodos del intento modernizador de Chile Vamos.

Como si este resumen histórico no fuese acontecido, Chile decide luego transitar al estallido social de octubre de 2019, para un año después decidir plebiscitariamente abocarse de manera formal a redactar una nueva Carta Magna que termine con la actual Constitución.

Este breve recuento de la transición de las transiciones, hecha en poco más de 200 años de vida independiente, deja al suscrito con una simple expresión resultante: Chile es descampado.

Reviso dos ilustres diccionarios.

La primera definición, posiblemente la de una fracción nada menor de sentires ciudadanos, dice: “Descampado: terreno sin viviendas ni vegetación; espacio raso”.

La segunda acepción (Real Academia) define descampado en tono positivo, cuando cito: “A campo raso y cielo descubierto, en sitio libre de tropiezos”. Curioso: espacio sin tropiezos.

No tengo antecedentes firmes para predecir a qué estará el país transitando en 2021 y años sucesivos. Ya sea al sombrío descampado, o bien, a un segundo camino libre de obstáculos.

Lo que parece claro es que Chile ha vivido continuamente en transiciones.

Las que no son nada de formales ni triviales: yendo de un sendero a otro, con zigzags, agitados, novedosos.

Por ende, sea con nubarrones o a cielo despejado, me parece que Chile está acostumbrado a convivir, agitarse y habitar al descampado.